Una imaginación geopolítica con características chinas: análisis desde los estudios americanos de la evolución de la política exterior de China en sus proyectos geopolíticos

Revista Estudios Avanzados 37, diciembre 2022: 27-43. DOI ISSN 0718-5014

 

Una imaginación geopolítica con características chinas: análisis desde los estudios americanos de la evolución de la política exterior de China en sus proyectos geopolíticos

A Geopolitical Imagination with Chinese Characteristics: Analysis from American Studies of the Evolution of China’s Foreign Policy in its Geopolitical Projects

 

Constanza Jorquera Mery[1]

 

Resumen

Analizamos, desde los estudios americanos y mediante una revisión teórica y discursiva, la evolución de la imaginación geopolítica de China, como enfoque de la Geopolítica Crítica. Cabe preguntarse cómo esta dimensión ha condicionado la política exterior china en la inserción internacional del país en las últimas dos décadas. Se plantea como hipótesis que los cambios en la imaginación geopolítica en China se materializan en códigos geopolíticos diferenciados y en dos momentos: el primero corresponde al periodo entre 1990 y 2008, con una política exterior cuyo eje fue mantener un bajo perfil en lo político y avanzar en la participación en regímenes internacionales y acuerdos comerciales; mientras que el segundo momento se establece desde 2008, hacia finales de la administración de Hu Jintao y se consolida hasta la actualidad con Xi Jinping, caracterizado por una política exterior más activa y asertiva, producto de la transformación en su estrategia de reinserción internacional y la necesidad de estabilizar la totalidad de su espacio geopolítico, avanzando hacia la consolidación del estatus de China como potencia global. En este momento, América Latina se establece como región estratégica en la materialización y búsqueda de consolidación de su imaginación geopolítica.

Palabras clave: China, imaginación geopolítica, códigos geopolíticos, política exterior china, relaciones China-América Latina.

 

Abstract

This article analyzes, from the American studies, and through a theoretical and discursive review, the evolution of China’s geopolitical imagination as an approach to Critical Geopolitics. It is worth asking how this dimension has conditioned Chinese foreign policy in its international insertion in the last two decades. It is hypothesized that the changes in the geopolitical imagination in China materialize in differentiated geopolitical codes and two moments. The first moment corresponds to the period between 1990 and 2008, with a foreign policy whose axis was to maintain a low political profile and advance participation in international regimes and trade agreements; while the second moment is set from 2008, towards the end of the Hu Jintao administration and consolidated to the present with Xi Jinping, characterized by a more active and assertive foreign policy. It is a product of the transformation in its international reintegration strategy and the need to stabilize its entire geopolitical space, moving towards consolidating China’s status as a global power. At this moment, Latin America is established as a strategic region in the materialization and search for consolidation of its geopolitical imagination.

Keywords: China, geopolitical imagination, geopolitical codes, Chinese foreign policy, China-Latin America relations.

 

 

Introducción

La imaginación geopolítica china, un tema desafiante para la Geopolítica Crítica y presente en su política exterior y en su Estrategia de Seguridad Nacional, refiere a la forma en que China considera su espacio geopolítico y reivindica la integridad territorial mediante una estrategia consistente de cooperación con otros países, consolidando el control territorial bajo el principio de Una Sola China y generando tensiones en la arquitectura del sistema internacional actual.

Tales estudios han intentado definir fenómenos políticos contemporáneos, como la globalización y el transnacionalismo, como producto de múltiples relaciones entre Estados y actores internacionales. Los autores analizan la evolución de la política global, caracterizada por una expansión continua de redes e interdependencias entre actores, regiones y territorios.

Debido a que la “territorialidad”, es decir, el establecimiento de modelos de territorio según ideas e intereses, es además la estrategia política que establece fronteras (Agnew et al., 2020: 14), la pregunta que guía el presente artículo es ¿cómo la evolución de la imaginación geopolítica en China, mediante la construcción de códigos geopolíticos por parte de los líderes del Estado, se expresa en cambios en su política exterior?

El artículo busca entonces comprender cómo China, a través de los intelectuales del Estado encargados de construir e implementar la política exterior, “espacializa el mundo”, donde influyen factores como la historia, geografía, ideología, cultura y tradiciones, así como las necesidades y presiones que genera el propio sistema internacional en el cual China se encuentra inserta, después de largos periodos de aislamiento.

Los cambios en la imaginación geopolítica de China se materializan en la inserción internacional de China en la forma de la llamada Gran Estrategia China como código geopolítico rector de la política exterior, siendo los intereses de esta estrategia la reinserción internacional y la estabilización de la totalidad de su espacio geopolítico para la consolidación de su transición desde potencia regional a potencia global.

La Gran Estrategia China es aquella que, para alcanzar los objetivos estratégicos del Estado, enlaza todas las capacidades y estrategias diplomáticas, económicas y de seguridad en la forma de una visión global que sea capaz de responder a los desafíos a nivel doméstico y externo. Su base se encuentra en las cuatro modernizaciones identificadas a fines de la década de 1970           —agrícola, industrial, científico-tecnológica y de defensa nacional— mediante el rescate de aquellos elementos propios de la cultura y pensamiento tradicional chino, a lo que se suma la modernización política desde la llegada al poder de Xi Jinping, enfatizando en la necesidad de renovar el sistema de gobierno y de la capacidad de mantener el monopolio del poder gobernante del Partido Comunista (PCCh), al mismo tiempo que China es reconocida como una gran potencia global.

Por lo tanto, la política exterior china post Guerra Fría se ha centrado en la adaptación a las dinámicas del sistema internacional, especialmente la profundización de la globalización económica y tecnológica, así como promover el multilateralismo, sumándose a la arquitectura de principios, normas y reglas internacionales que han permitido su ascenso.

Para Agnew, las geopolíticas no occidentales ofrecen perspectivas más allá de lo dicotómico entre un “nosotros” y “ellos”. En ese sentido la experiencia histórica de China es un buen ejemplo, pues cuenta con una política exterior altamente pragmática y flexible, al haber jugado durante la Guerra Fría con el alineamiento y no alineamiento para manejar la bipolaridad existente de manera beneficiosa y no restrictiva. Por lo demás, ha expandido e intensificado sus vínculos y relaciones multilaterales fuera de la región, aplicando los principios de la Coexistencia Pacífica,[2] consciente de la hegemonía estadounidense y sus intereses de limitar o contener su ascenso.

 

Las élites chinas han estado en confrontación activa con el sistema mundial basado en Occidente durante siglos y, a partir de esto, han desarrollado una amalgama contradictoria de nacionalismo al estilo occidental y una concepción totalista tradicional del orden mundial que sigue siendo reactiva y dependiente de las formas en la que se organiza actualmente la política mundial. Por lo tanto, China no ofrece actualmente un guioqn totalmente alternativo a la política mundial, aunque bien podría contribuir a una pluralización que se aleje de la reciente hegemonía del neoliberalismo asociada con el papel global de Estados Unidos posterior a la década de 1970. (Agnew, 2010: 571)[3]

 

El presente trabajo busca aportar entonces en el uso del enfoque crítico de la Geopolítica, el cual permite analizar las imágenes de mundo, modelos, códigos y discursos geopolíticos que influyen y justifican la construcción de la imaginación geopolítica aplicada a la política exterior de China como un caso relevante para las relaciones internacionales en la actualidad. Asimismo, estudiar y comprender a China desde los estudios americanos reviste una relevancia disciplinaria y en el ámbito de la política exterior, debido al rol clave que cumple la potencia asiática en la región como primer socio comercial e inversionista extranjero, y los movimientos en los cimientos del sistema internacional contemporáneo a partir de la tensión entre Estados Unidos y China que posicionan a América Latina en un escenario geopolíticamente complejo. Así, este artículo corresponde un estudio de caso único de tipo cualitativo, focalizado en un fenómeno social contemporáneo. Con un tipo de evidencia no experimental e histórica, apunta a testear una hipótesis mediante la identificación de los cambios en la imaginación geopolítica de China y su expresión en la política exterior, se llevó a cabo una revisión bibliográfica, a fin de identificar las contribuciones de la Geopolítica Crítica y su aplicabilidad al caso de China.

Chile forma parte de la Cuenca del Pacífico, por lo que aquellos fenómenos que están desarrollándose en ella afectarán el quehacer nacional en un contexto de globalización e interdependencia. China cuenta con proyectos geopolíticos y económicos de alcance global, como la Iniciativa de la Franja y la ruta en la cual 19 países latinoamericanos participan como miembros, así como la Asociación Económica Integral Regional (Regional Comprehensive Economic Partnership, RCEP) integrado por 15 países de Asia Pacífico, junto a la presentación en septiembre de 2021 por parte de China de la solicitud para unirse al Acuerdo Integral y Progresista para la Asociación Transpacífico (CPTPP), pese que en su origen se consideraba un importante contrapeso económico a su influencia en la Cuenca del Pacífico como el espacio geopolítico más dinámico y de más rápido crecimiento del mundo. Uno de los grandes desafíos de la relación de la región con China es la asimetría en términos de conocimiento del otro en términos estratégicos y culturales, y avanzar en conocer a China en clave de Geopolítica Crítica resulta fundamental en la relación bilateral y en la hoja de ruta de la misma.

En la primera parte del trabajo, se plantea el concepto de imaginación geopolítica y los fundamentos de la Geopolítica Crítica, a partir de las tesis de autores clave como Gearóid Ó Tuathail (Ó Tuathail y Agnew, 1992; Ó Tuathail, 2002), John Agnew (2005; 2009; 2010) y Simon Dalby (1991 en Ó Tuathail y Dalby, 2002). En la segunda parte, se procederá a aplicar este corpus teórico-conceptual al caso de China para analizar transformaciones geopolíticas clave en las últimas tres décadas, para finalmente exponer las conclusiones correspondientes.

 

Geopolítica Crítica e imaginación geopolítica como herramientas de análisis para el caso de China

La Geopolítica permite entender cómo la espacialización de la identidad, nacionalidad y la geografía enmarcan y promueven conceptos sobre la comprensión del otro (Ó Tuathail y Dalby, 2002), mientras que se expresa en estrategias y prácticas de política exterior, cobrando más importancia el concepto de poder a través de la construcción de los discursos geopolíticos, pues la Geopolítica es poder político.

¿Por qué la Geopolítica Crítica? En su obra Rethinking Politics, Ó Tuathail y Dalby destacan cómo se debe analizar la Geopolítica en la actualidad:

 

La geopolítica que buscamos analizar no es la momificada que permanece de los entendimientos de la Guerra Fría del concepto, sino con los rastros plurales de la geopolítica que han estado hace mucho tiempo con nosotros en las prácticas de la política mundial. La geopolítica, para nosotros, se acopla a las representaciones y prácticas geopolíticas que producen los espacios de la política mundial. En lugar de aceptar la geopolítica como una práctica neutral y objetiva de la topografía del espacio global —en entendimiento convencional de la Guerra Fría del concepto— partimos con la premisa de que la geopolítica por sí misma es una forma de geografía y política, que tiene un contexto y que está implicada en la reproducción continua del poder y la economía política. En breve, nuestra perspectiva es una crítica, nuestra práctica es una Geopolítica Crítica (Dalby, 1991 y Ó Tuathail, 1996, en Ó Tuathail y Dalby, 2002: 2).

 

Por lo tanto, al aproximarse al mundo como algo políticamente dado, la Geopolítica Crítica interroga —como su nombre lo indica— críticamente las formas de conocimiento e imaginaciones que sustentan la política internacional y los mitos culturales del Estado soberano. Un supuesto central es que las representaciones geográficas del mundo están lejos de ser inocentes y como sostiene Ó Tuathail (1996: 7), el conocimiento geográfico constituye una forma de geopoder que participa activamente en la producción, ordenamiento y gestión del espacio territorial.

Para los autores, la Geopolítica Crítica puede adoptar tres formas para analizar la configuración de las relaciones espaciales, a saber (1) Geopolítica Práctica; (2) Geopolítica Formal, y (3) Geopolítica Popular. La Geopolítica Formal supone las prácticas y discursos de espacialización del poder por parte de las elites de académicos y expertos, mientras que la Geopolítica Práctica corresponde a las élites tomadoras de decisiones. Para fines de este trabajo, se optará por adoptar las dos primeras, puesto que la Geopolítica Práctica se ocupa de la actividad estatal llevada a cabo por los actores de la política exterior que “espacializan” el mundo en forma de políticas geográficas, cuyas percepciones geopolíticas determinan la toma de decisiones; mientras que la Geopolítica Formal corresponde al pensamiento geopolítico, es decir, las teorías y estrategias que elaboran los intelectuales del Estado o “comunidades estratégicas” para guiar y justificar las acciones del mismo en cada espacio y contexto (Ó Tuathail y Dalby, 2002: 4).

Así, la Geopolítica Crítica dirige su atención a cómo las imágenes visuales —los mapas—, el lenguaje —la retórica política, analogías y metáforas— y el desempeño político —prácticas económicas y políticas, despliegues militares— se combinan para producir una imaginación geopolítica que fundamentan las políticas exteriores de los Estados e inducen el cambio a medida que las partes se ajustan a imaginaciones nuevas o en evolución. Por ello, se puede analizar desde esta perspectiva la relación entre la política mundial y las percepciones en China de cómo su país encaja o desafía las normas que rigen a la sociedad internacional (Agnew, 2010: 571).

Para explicar el comportamiento geopolítico de China, tomaremos los aportes de John Agnew (2005), quien sostiene que la imaginación geopolítica estructura la política mundial. La imaginación geopolítica es un sistema de visualización del mundo con un fuerte carácter estadocéntrico, es decir, los Estados territoriales son los actores individuales de la imaginación geopolítica, y se sostiene en tres supuestos: (1) la soberanía estatal y el espacio territorial; (2) el Estado territorial como continente de la sociedad, y (3) polaridad interior/exterior; cuya fuerza rectora es la lucha por intereses de los Estados o la seguridad respecto de otros como necesarios para alcanzar la seguridad ontológica personal (Agnew, 2005: 14 y 15).

Así, la imaginación geopolítica se relaciona con uno de los ejes centrales del estudio de las relaciones internacionales: la estructura anárquica. Tomando la tesis de Alexander Wendt (1992) de “la anarquía es lo que los Estados hacen de ella”, el análisis se enfoca en las elites de los Estados dominantes que son capaces de interpretar el mundo lo suficientemente anárquico como para que su Estado persiga una estrategia estrecha de preeminencia en el sistema internacional (Ó Thuathail, 2002: 79). El concepto de imaginación geopolítica de Agnew es más geográfico que político, pues se refiere a una contienda entre las imágenes de cómo un Estado se ubica en el mundo, lo cual llevará inevitablemente a debates sobre la identidad nacional y la especificación de los límites tanto a nivel conceptual como cartográfico de la nación.

Por lo tanto, es la base de la cultura geopolítica —definida como los procesos culturales y organizacionales en base a los cuales se articula la política exterior de los Estados, dividida en manifestaciones y expresiones populares, prácticas y formales—, cuyos ejemplos se pueden identificar como: (1) justificaciones de la “naturalidad” de los límites territoriales; (2) discursos que identifican amigos y enemigos; (3) identificaciones con países modelo o países a imitar; (4) identificación con una misión nacional, y (5) identificación con fuerzas impersonales “trans-históricas” como la intervención divina, la providencia, o procesos como la globalización y las colectividades —civilizaciones, comunidades religiosas, comunidades lingüísticas, razas— (Ó Tuathail, 2002: 85).

Por consiguiente, el territorio cobra vital importancia, tanto como organización y como ejercicio del poder sobre bloques de espacios geopolíticos que se organizan a través del uso de límites. Agnew critica la tendencia de restringir espacialmente el territorio y asociarlo únicamente con lo estatal, pues el Estado-nación territorial es una entidad histórica altamente específica, lo cual corresponde a la especificidad de China, y resulta relevante comprender cómo se imagina a sí misma en el territorio, donde interactúan concepciones tanto asociadas al territorio del Estado soberano como su pasado imperial, materializándose en los mapas, discursos y políticas que transmiten información relevante sobre la identidad de China como gran potencia (Agnew, 2010: 575).

Si consideramos el espacio geopolítico como constructo teórico y político que proviene del contraste entre la visión que los intelectuales del Estado[4] —que corresponden a tres tipos de actores: líderes políticos, estrategas militares y teóricos políticos se abarca la dinámica del mundo territorializado y teóricamente conocido en su nivel global e internacional con un desarrollo a nivel nacional (Agnew, 2005: 7), en tanto el análisis del sistema internacional requiere de la consideración de las distintas escalas geográficas bajo las cuales se estructura una visión del mundo que, de acuerdo al concepto de imaginación geopolítica, es elaborada y compleja (Agnew, 2005: 7).

Un elemento clave que resulta de la imaginación geopolítica es el código geopolítico, correspondiente al razonamiento de los intelectuales del Estado que determina su forma de actuar. Por lo tanto, los códigos geopolíticos permiten definir los intereses del Estado, las amenazas externas a estos intereses y cómo el Estado debe responder a las mismas (Rodríguez, 2005). Un determinado código geopolítico evalúa los lugares que están más allá de sus fronteras e influirá directamente en la política exterior, de modo que Taylor y Flint señalan que estos deben “definir los intereses del Estado, indicar cuáles son las amenazas y justificar dicha respuesta” (Taylor y Flint, 2002: 68), resultando en que las grandes potencias sean capaces de influir en los códigos geopolíticos de otros actores del sistema, así como conformar órdenes geopolíticos mundiales, los cuales surgen una vez que la mayoría de los códigos encajan entre sí y tienden a conformar una única pauta general.

En las últimas tres décadas, los códigos geopolíticos local, regional y mundial han permanecido relativamente estables, pero presentan cambios a partir de las administraciones de gobierno, las hipótesis de conflicto e intereses nacionales. En el periodo 1990-2003, correspondiente al proceso de salida de Deng Xiaoping del poder y la administración de Jiang Zemin, el código geopolítico se basó en mantener un bajo perfil e insertarse en el sistema internacional como un socio comercial amigable, sin cuestionar su estructura de poder, por medio de la diplomacia económica y el multilateralismo.

Ya en la administración de Hu Jintao, China asumió un rol cada vez más activo en lo político al establecer alianzas estratégicas y una mayor explicitación de sus intereses de política exterior en los distintos espacios geopolíticos —local/regional, regional, periferia, centro— donde establece políticas y una conducta específica para cada uno de ellos, en los cuales conviven proyecciones de poder paralelamente de tipo soft power y hard power.

En consecuencia, aproximarse a la articulación de la imaginación geopolítica por parte de los intelectuales del Estado —los cuales forman el núcleo de la toma de decisiones en las cúpulas del PCCh— resulta fundamental para definir los intereses nacionales que darán forma a la política exterior como “Gran Estrategia” que apunta a consolidarse como potencia global.

Siguiendo a Li (2012), la revolución significó un cambio en la visión de China sobre su rol en el sistema internacional, “evolucionando de considerarse a sí misma como el centro del mundo y la autoridad universal, a ver el problema de China como parte de los problemas mundiales y la revolución china como factor relevante para el mundo exterior” (Li, 2012: 39), aunque dicho imaginario civilizatorio volviera a emerger como eje gravitante de la política exterior china con la llegada de Xi Jinping.

En este sentido, para alcanzar el rejuvenecimiento nacional y recuperar el estatus perdido durante el siglo de la humillación, los líderes deben consolidar una estrategia de política exterior que armonice tanto los intereses nacionales como los efectos que estos provocan a nivel internacional; de allí la referencia sistemática a “las características chinas”. Por lo tanto, la imaginación geopolítica ha evolucionado a partir de las necesidades de su población y de las transformaciones en el sistema internacional, pero con un orden propio de la historia civilizacional china que los intelectuales del Estado encarnan, el cual supone que el Estado es considerado guardián de la sociedad, es absoluto y no permite desafíos, pues su deber es proteger la unidad e integridad de la civilización china (Li, 2012: 42).

Agnew (2010) establece que la intelectualidad china ha adaptado las ideas dominantes de las relaciones internacionales desde Estados Unidos para participar en los asuntos globales y, al mismo tiempo, proteger su soberanía, mientras elabora propuestas teóricas y conceptuales capaces de sustentar la imaginación geopolítica actual. Asimismo, advierte una preeminencia de los estudios de Geopolítica Clásica en las traducciones e investigaciones en el país para realizar análisis geopolíticos por parte de académicos chinos, situándose los estudios de Geopolítica Crítica en un lugar más marginal. Ello ha generado que el pensamiento geopolítico chino contemporáneo se haya articulado en torno a ideas occidentales, las cuales ponen acento en el impacto de los espacios geográficos en el ejercicio del poder.

 

¿Hacia el restablecimiento del orden sinocéntrico?

Es posible identificar que los intelectuales del Estado configuraron la primera imaginación geopolítica china que fue dominante hasta las Guerras del Opio (1839-1842 y 1856-1860), las cuales catalizan una crisis sistémica que llevó, junto con la primera Guerra Sino-japonesa (1894-1895), a la caída de la Dinastía Qing con el establecimiento de la República de China en 1911. Tal imaginación tuvo como eje la cosmovisión sinocéntrica donde China actuó como centro articulador de un sistema jerárquico de tributos, promoviendo normas y reglas que mantuvieron el orden y la seguridad para los estados vasallos.

Siguiendo a An (2020), es importante tomar en cuenta las tradiciones geopolíticas que denomina “confucianas” para comprender la evolución de la imaginación geopolítica china. Establece la distinción en el pensamiento confuciano entre los conceptos “hua-yi( - ), entendidos como “nosotros” y “ellos”. Refieren a una nación china o “hua” y pueblos de otras naciones o “yi,” mientras que el rol del sinocentrismo tensiona estos conceptos al establecer una visión de superioridad de “hua” sobre “yi”.

La primera aplicación de los conceptos “hua-yi” en China remonta a la dinastía Zhou (1046 BCE-771 BCE) y se utilizaban para distinguir a la población Han de los extranjeros a nivel espacial y que poseían culturas diferentes, lo cual fue avanzando en la creación de identidades que llevó a la transición de “hua-yi” desde nociones geográficas equitativas a una distinción entre civilización y barbarie. Esta imaginación geopolítica sinocéntrica se centró en la prevalencia del concepto “hua”, al establecer relaciones jerárquicas de tipo políticas, geográficas y económicas mediante el sistema de tributos donde aquellos pueblos que aceptan los dispositivos culturales del “hua” o pueblo dominante que posee una conducta moral y benévola superior,[5] podrá ser parte del sistema que establece normas para mantener el orden en hua y entre “hua” e “yi” en la forma de una sociedad armoniosa, pacífica y estable (An, 2020: 37-39).

La distinción entre un centro civilizado y una periferia bárbara fue fundamental para la espacialización del poder, de modo que el quiebre de esta imaginación geopolítica por parte de las potencias occidentales generó un profundo sentimiento de humillación y de necesidad de incorporarse a un sistema internacional más amplio donde le correspondía una posición subordinada. La adopción de una imaginación geopolítica moderna occidental no hizo desaparecer la primera imaginación geopolítica sinocéntrica por completo, sino que provocó lo que se conoce como la expresión del “gigante dormido”.

El siglo de la humillación o la vergüenza que abarcó desde las Guerras del Opio hasta el establecimiento de la República Popular China da cuenta de un vuelco donde la nación china (hua) se ubicó en una posición inferior en reemplazo al Reino Medio como centro del mundo, debido al sometimiento de países considerados bárbaros y atrasados que, en un orden armonioso, debían admirar, legitimar y someterse a China; al mismo tiempo, la imaginación geopolítica moderna supuso la adopción de una visión de Estado-nación dentro de límites territoriales específicos y se consolidó a China como un territorio unificado que ya había sido dividido por parte de las potencias occidentales.

Tras la instalación de la República Popular China en 1949, Mao Zedong buscó consolidar la soberanía nacional en la forma de un régimen de soberanía clásico, tomando rasgos aislacionistas y estableciendo como objetivo contener a cualquier potencia que desestabilizara el régimen. El confucianismo fue denunciado como parte de las prácticas feudales, especialmente durante el periodo de la Revolución Cultural (1966-1976) con la búsqueda de erradicar los llamados “cuatro antiguos”, es decir, el pensamiento, la cultura, la educación y las costumbres tradicionales.

El origen de la Gran Estrategia actual de China, es decir, el código geopolítico que da forma a la imaginación geopolítica, se encuentra en las reformas emprendidas por Deng Xiaoping que iniciaron un periodo de apertura gradual al mundo y modernización económica.

 

La apertura al exterior empezó en 1980 por dos provincias costeras, Guangdong y Fujian, donde se instalaron las Zonas Económicas Especiales (ZEE), orientadas a atraer capital extranjero, tecnologías y gestión empresarial para producir directamente para la exportación […]. Las ZEE apuntaron a Hong Kong (desde Shenzhen), Macao (desde Zhuhai) y Taiwán (desde Xiamen y Shantou).

 

En 1984 se agregaron otras catorce ciudades costeras; en 1985, el delta del Yangtsé, el estuario del río de las Perlas, un triángulo en el sur de Fujian junto a Xiamen, la península de Jiaodong y la península de Liaodong. En 1988 se sumó la ZEE de Hainan. Con la lógica de “empujar, consolidar logros y seguir empujando”, Deng veía las ZEE como un mero punto de partida, pues aspiraba a que en torno a esas zonas se constituyesen centros metropolitanos de amplia gama, donde convergiesen industria, comercio, agricultura, viviendas y turismo, que atrajeran mucha inversión, tecnología y técnicos extranjeros. (Rosales, 2020: 61-62)

 

En este periodo, el objetivo fue mantener un perfil bajo, sin buscar ningún tipo de liderazgo internacional, especialmente tras consolidar la normalización de las relaciones con Estados Unidos, el posterior impacto internacional de la masacre de Tiananmen y la caída de la Unión Soviética. Al mismo tiempo, el éxito económico de China y un aumento en sus capacidades industriales, tecnológicas y militares, alimentó el temor que tomaría la forma de la tesis de la “amenaza china” y el eventual enfrentamiento entre las dos grandes potencias globales: China y Estados Unidos; de modo que los intelectuales del Estado debían ser capaces de evitar cualquier peligro que pudiese poner freno a su “ascenso pacífico”.

La crisis económica mundial de 2008 fue una gran propuesta para China, de la cual salió beneficiada, dando la señal necesaria para los tomadores de decisiones de que el país estaba listo para salir de la fase de ocultamiento y bajo perfil a afirmar un estatus de mayor relevancia y liderazgo como potencia global. Es con la consolidación del estatus del país como potencia global y la inauguración de un nuevo proyecto geopolítico, que se puede advertir un rejuvenecimiento o despertar de las ideas clave de los intelectuales del Estado de la antigüedad. Esto tiene su expresión más evidente en el Sueño Chino, entendido como aquel proyecto nacional que persigue la recuperación del pasado glorioso de China y su “estado normal” como centro del mundo.

Desde la promoción del Sueño Chino como discurso geopolítico, en el marco de la instalación de Xi Jinping en el poder como Secretario General del Comité Central del PCCh en noviembre de 2012 y como presidente en marzo de 2013, este ha sufrido transformaciones conforme su liderazgo y permanencia en el poder que se han consolidado a nivel doméstico y en interacción con las relaciones internacionales de China hasta la actualidad.

A partir de la década de 1990, los mapas adquirieron un rol significativo en los textos educacionales en el marco de la política de educación patriótica de la administración de Jiang Zemin (Figura 1). En junio de 2014, se publicó el nuevo mapa oficial de China, realizado por la Editorial Cartográfica de Hunan y que tiene forma vertical, incluyendo el Mar del Este y Mar del Sur, Taiwán y la línea de diez puntos como frontera imaginaria marítima —lo que implica extender los límites del país en 5.000 kilómetros—, a diferencia del mapa oficial previo cuya forma era horizontal y que no incluía el Mar del Sur, con el objetivo de comprender globalmente a China mostrando su territorio completo (The Beijing News, 25/06/2015) (Figura 2).

 

Figura 1. Mapa Oficial de la República Popular China antes de 2014

Figure 1. Official Map of the People’s Republic of China before 2014

Fuente/source: Tharoor (2014).

 

Figura 2. Mapa Oficial de la República Popular China desde 2014

Figure 2. Official Map of the People’s Republic of China since 2014

Fuente/source: The Beijing News, 25/06/2014.

 

La publicación de este mapa oficial (Figura 2) tuvo lugar nueve meses después de que Xi Jinping anunciara en septiembre de 2013 la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), el mayor proyecto geopolítico para China en el siglo XXI y que consiste en una franja económica terrestre y una ruta marítima que rememoran a la antigua Ruta de la Seda, pero cambiando su corazón o eje a China en vez de occidente.

 

La iniciativa de “La franja y la ruta” fue anunciada en 2013 y desde entonces ha funcionado como el mascarón de proa de la política internacional china. Esta iniciativa busca estimular el flujo de capital, bienes y servicios entre Asia, Europa y el norte de África, a través de corredores que abarcan más de sesenta países y regiones de Asia a Europa a través de las zonas de Asia Sudoriental, Meridional, Central, Occidental y de Oriente Medio. La zona involucrada representa alrededor del 30% del PIB mundial y el 35% del comercio mundial. Estas nuevas rutas no solo favorecerán la expansión china, sino que también ofrecerán a empresas multinacionales la posibilidad de aprovechar nuevos mercados, activar cadenas de valor y obtener un acceso más expedito a los mercados de China continental, Oriente Medio, Centro y Este de Europa. (Rosales, 2020: 87)

 

El conjunto de rutas marítimas conforman la llamada Ruta de la Seda Marítima del Siglo XXI, mientras que la Ruta de la Seda Digital infraestructura de provisión de internet, como redes asociadas de cables de fibra óptica y satélites. En enero de 2018, China ha extendido la BRI al incluir al Ártico con la Ruta de la Seda Polar, publicando planes para explotar nuevas rutas estratégicas.

La BRI expresa una visión conceptual amplia que permite el establecimiento de nuevos proyectos de inversión e infraestructura chinos en todo el mundo, siendo un instrumento práctico el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura (AIIB), que ha generado gran convocatoria en los países en desarrollo. Narins y Agnew (2019) establecen que la BRI carece de un mapa preciso y que su representación geopolítica aún se desconoce, proponiendo el concepto de regímenes de soberanía, entendidos como prácticas de autoridad de los Estados que se expresan en diversas formas geográficas. Para los autores, China se encuentra atrapado entre los imperativos operativos de múltiples regímenes de soberanía, identificando cuatro tipos: clásico, imperialista, integrador y globalista.

El régimen clásico enfatiza la regulación estatal dentro de un territorio, mientras que el imperialista pone acento en la jerarquía en el sistema internacional donde la autoridad estatal es reemplazada por un alcance en red de los espacios geográficos por parte del actor hegemónico, generando dependencia y corrupción por parte de las elites locales. El régimen integrador establece la coexistencia entre diferentes niveles de gobierno y las áreas funcionales distintivas que están representadas de manera diferencial, y el globalista supone la soberanía efectiva ejercida por la potencia hegemónica, principalmente a través de instituciones internacionales, más allá de sus límites nacionales, es decir, genera el supuesto de que la soberanía no tiene fronteras (Narins y Agnew, 2019: 4-5).

 

Argumentamos que el impulso de la BRI implica: (a) hacer realidad el Sueño Chino, (b) mejorar la conectividad económica internacional de China, y (c) mejorar la inversión y el comercio en infraestructura global de China. Estos factores reflejan el deseo de China de recuperar su centralidad histórica en los asuntos mundiales (régimen imperialista); el deseo de China de hacer frente a su humillación por la invasión y las humillaciones extranjeras anteriores (régimen clásico), y la determinación aspiracional de China de abordar su estado actual de estar rodeada por aliados de Estados Unidos en Asia al intentar sumar a estados vecinos y otros (régimen globalista) a través de las instituciones de la BRI (infraestructura) y el AIIB (financieras). (Narins y Agnew, 2019: 5-6)

 

 

Para los autores, los intelectuales del Estado han construido una nueva identidad geopolítica que corresponde a un régimen de soberanía globalista aspiracional, que supone el objetivo de expandir su influencia más allá de los límites territoriales reconocidos —donde destaca el principio de Una Sola China— manteniendo una visión de soberanía controlada por un Estado centralizado. En este sentido, podemos encontrar las controversias limítrofes marítimas en el Mar del Este y Mar del Sur, así como las tensiones en Hong Kong y Taiwán. Paralelamente, la BRI de Xi Jinping, que se suma a la estrategia de desarrollo pacífico o desarrollo armonioso de Hu Jintao, y la participación más activa de China en regímenes internacionales, permite conectar grandes espacios territoriales, cooperar con actores en otras regiones en desarrollo y, finalmente, reconstruir o al menos restablecer elementos claves de la imaginación geopolítica sinocéntrica.

El Libro Blanco sobre el Desarrollo Pacífico de China subraya que desde la fundación de la Nueva China, el país ha superado los obstáculos y se encuentra en el camino del socialismo con características chinas para alcanzar el desarrollo, el cual ha sido exitoso y ha contribuido a la paz mundial y a un orden internacional económico y político más justo y equitativo, buscando compartir su experiencia con otros países en una relación mutua de aprendizaje. Tal construcción, que en la actualidad es uno de los pilares de la imaginación geopolítica china se encuentra compuesta por seis dimensiones: (1) desarrollo científico; (2) desarrollo independiente; (3) desarrollo abierto; (4) desarrollo pacífico; (5) desarrollo cooperativo, y (6) desarrollo común (Ministry of Foreign Affairs of the People’s Republic of China, 2011).

Por su parte, China ha promovido la sinergia entre la BRI y la Agenda 2030 para construir una comunidad de destino compartido para la humanidad, alineada con las normas internacionales y destacando la firma de numerosos documentos de cooperación con más de cien países con acento en la infraestructura y conectividad, y la reducción de la pobreza a nivel global (Center for International Knowledge on Development, 2021: 7), guardando coherencia con el fortalecimiento del AIIB, el mantenimiento del esquema BRICS y la diplomacia médica en la gestión de la pandemia Covid-19 en el marco de la promoción de los bienes públicos globales.

El Libro Blanco publicado en enero de 2021 titulado La cooperación internacional para el desarrollo de China en la Nueva Era señala:

 

Aumentaremos la oferta de bienes públicos mundiales, canalizaremos más recursos hacia los países en desarrollo para apoyar su desarrollo económico y social sostenible y haremos más para ayudarlos a eliminar los obstáculos al desarrollo. China aumentará la asistencia a los países participantes de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, los países menos adelantados, los países en desarrollo sin litoral, los pequeños países insulares en desarrollo y los países pobres muy endeudados, ayudará a reforzar el Sur, que es un eslabón débil en el sistema de gobernanza global, e impulsará para la integración de más países en desarrollo en la división internacional del trabajo y la cooperación […] Trabajamos para mejorar la gobernanza global en la cooperación internacional para el desarrollo y salvaguardar el sistema internacional con la ONU en su centro. Brindaremos más apoyo financiero a las organizaciones internacionales, ayudándolas a trabajar juntas para enfrentar los desafíos globales, incluidas las crisis de salud pública, las amenazas a la seguridad alimentaria y la recesión económica. (State Council of the People’s Republic of China, 2021)

 

El compromiso de China con la Agenda 2030 se sostiene en ciertos principios clave que cruzan toda su política exterior y le permite desenvolverse tanto en espacios multilaterales como hacer frente a críticas respecto a su posición en temas controversiales en la comunidad internacional, en la esfera geopolítica, y que son expresiones de sus códigos geopolíticos, como Taiwán, Hong Kong, relaciones vecinales, presencia en regiones en vías de desarrollo y las tensiones con potencias occidentales. Dichos principios corresponden a (1) ganar-ganar, (2) responsabilidades pero diferenciadas, (3) inclusividad y apertura, (4) soberanía y acción voluntaria (China Daily, 2016: 9).

Esta nueva imaginación geopolítica enfrenta su mayor desafío en su propia región, especialmente con los países vecinos, donde converge una larga data de antagonismos nacionalistas y disputas marítimas sobre pequeños archipiélagos e islas deshabitadas que actúan como una problemática para China respecto de su objetivo de consolidarse y legitimarse como potencia global. Ello da cuenta de la paradoja existente en Asia Oriental, pues las relaciones económicas se caracterizan por los esfuerzos de cooperación e integración bajo una concepción cada vez más transnacional de la economía, mientras que a nivel político, militar e incluso social, el territorio —uno de los ejes clave de la concepción de soberanía del Estado nación— se articula un juego de suma cero que no presenta señales de resolverse a corto plazo.

Otro de los problemas para consolidar esta nueva imaginación geopolítica y el régimen de soberanía globalista aspiracional es la asimetría y falta de reciprocidad entre China y los países que participan en la BRI, de modo que es necesario resolver la “vaguedad intencional” de los tomadores de decisiones respecto a sus alcances geográficos, así como reforzar su apertura y flexibilidad a medida que la Gran Estrategia China se adapta a los cambios y desafíos en el sistema internacional (Narins y Agnew, 2019).

 

La práctica geopolítica china actual no es una continuación directa de la distinción hua-yi o el sinocentrismo de una sola época, ni una simple imitación de las costumbres comunistas o capitalistas. Por el contrario, absorbe tanto el elemento comunista como la filosofía tradicional china del confucianismo. Por un lado, a diferencia de la idea del sinocentrismo que enfatiza la superioridad del hua sobre el yi en los valores confucianos, las prácticas geopolíticas chinas actuales han abandonado la jerarquía geográfica entre hua (nación china) e yi (el extranjero). Específicamente, integra a China en el mapa político moderno de estados territoriales que divide al mundo entero en diferentes Estados nacionales. (An, 2020: 45)

 

Así, se levanta la actual política exterior, cuyos intereses principales son desarrollar una imagen positiva, pacífica y armoniosa de China que promueva el multilateralismo y explicitando que no busca la hegemonía en el sistema internacional, y que apunta a la construcción de una “comunidad de futuro compartido para la humanidad” donde coexistan en condiciones de igualdad y comportamientos civilizados las diferentes culturas, ideologías y pueblos, así como la denuncia a aquellas conductas consideradas bárbaras y violentas.

La idea de “comunidad de futuro compartido para la humanidad” apareció por primera vez en el 18º Congreso Nacional del Partido Comunista de China (PCCh) en noviembre de 2012 cuando Xi Jinping asumió el poder, posteriormente en su discurso ante la Asamblea General de Naciones Unidas en septiembre de 2015 y en su discurso en el 19º Congreso Nacional del PCCh en octubre de 2017, para pasar a formar parte habitual de sus mensajes sobre el rol internacional de China, que debe ayudar a los países en desarrollo para disminuir la brecha Norte Sur y establecer un nuevo modelo de relaciones internacionales basado en el respeto mutuo, un mundo abierto e inclusivo (State Council of the People’s Republic of China, 2021). En ella, se consolida la transformación de la política exterior china durante la administración de Hu Jintao desde un enfoque de bajo perfil o hide-and-bide hacia una conducta más asertiva y proactiva a nivel político.

 

Desde el lanzamiento del programa de reforma y apertura a fines de la década de 1970, después de una década completamente tumultuosa, los principales líderes chinos han articulado una serie de propuestas importantes sobre asuntos exteriores, como la “paz y desarrollo”, el “nuevo concepto de seguridad” de Jiang Zemin y el llamado de Hu Jintao a un “mundo armonioso” en el liderazgo chino para explorar y definir el papel y la contribución de China al mundo.

 

Una evaluación racional de las tendencias globales deja en claro que el objetivo declarado de construir una comunidad de futuro compartido se ha vuelto aún más relevante e imperativo en un mundo cada vez más complejo e interdependiente, en el que los intereses nunca son específicos de un país, la seguridad absoluta no está en ninguna parte y la prosperidad debe ser compartida por todos. (Zhao, 2018: 26)

 

Al visibilizar las tensiones geopolíticas entre China y Estados Unidos, es inevitable hablar de una nueva Guerra Fría, especialmente por parte de los intelectuales del Estado de este último, al ser su principal desafío geopolítico y hegemónico. Sin embargo, la idea de una bipolaridad o línea divisoria entre civilizaciones o entre Occidente y Oriente no es tan simple en un sistema internacional tan interdependiente, globalizado y en condiciones de gran incertidumbre.

 

El factor China en análisis geopolítico desde los estudios americanos

Una problemática en el estudio de la Geopolítica es el desconocimiento de las tradiciones y narrativas geopolíticas de los países no occidentales, las cuales se tensionan con lo que los autores llaman el proceso de fijación territorial del colonialismo europeo, que llevó a la imposición de modelos territoriales (Agnew et al., 2020). En este sentido, no solo resulta necesario comprender las tradiciones y narrativas geopolíticas de China, sino que además su relación con aquellas de otras regiones periféricas con las cuales sus relaciones bilaterales y multilaterales son clave para alcanzar sus metas de desarrollo e intereses nacionales, es decir, son las justificaciones de su política exterior y de seguridad.

América Latina se enfrenta al desafío y la disyuntiva de articular sus estrategias de inserción internacional e intereses nacionales frente a un escenario de incertidumbre con una China instalada como primer socio comercial de la región y mayor presencia geoestratégica a través de inversiones y presencia de empresas chinas en sectores clave para la economía, como lo son los recursos naturales, infraestructura física y digital, y servicios. Al mismo tiempo, como parte del hemisferio y el sistema interamericano, la región mantiene una fuerte relación con Estados Unidos, especialmente en los marcos de seguridad, mientras se hacen cada vez más cercanas las implicancias de la tensión hegemónica entre ambos países.

Debido a que la imaginación geopolítica es ideacional, China no solo ha profundizado las relaciones bilaterales bajo conceptos rectores y una visión estratégica de los intelectuales del Estado de acuerdo a un código geopolítico particular, sino que a través de la promoción de normas y participación en organismos multilaterales. Siguiendo a Qin (2016) y su teoría de la relacionalidad, los actores internacionales se configuran con una identidad específica a partir de las relaciones que redefinen sus roles constantemente. El autor sostiene que el establecimiento relacional de redes ayuda a los Estados a formar sus identidades y generar poder internacional. Por otra parte, la teoría de la relacionalidad es una teoría de la evolución a nivel sistémico, que se centra en prácticas interactivas e intersubjetivas entre actores internacionales y que subraya la ontología independiente de los procesos sociales que desempeñan una función significativa para promover normas internacionales e identidades de los actores (Qin, 2010: 129-153 y Qin, 2012: 82).

En las últimas dos décadas, tanto los presidentes Hu Jintao, Xi Jinping y los presidentes latinoamericanos han realizado visitas oficiales, se han firmado múltiples acuerdos y China se ha involucrado en los diversos organismos regionales; como Estado observador en la Organización de Estados Americanos (OEA), Alianza del Pacífico, es miembro del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y forma parte de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños en el marco del Foro CELAC-China, sumado a los acercamientos a MERCOSUR. Ello da cuenta de la voluntad política de ambas partes de promover y fortalecer el multilateralismo a través de la creación de normas e instrumentos de cooperación.

 

Por lo tanto, aún queda la tarea de medir los riesgos de esta dinámica relacional, pues la región debe apuntar a la diversificación de vínculos con otras regiones de manera equilibrada y que permita profundizar la cooperación para mayores niveles de autonomía. (Jorquera, 2021: 220)

 

Asimismo, el rol de China en esta red interconectada de instituciones multilaterales muestra su potencial, sustentada en su posición como primer socio comercial de la región, para consolidar su liderazgo global, cuyas implicancias geopolíticas deben analizarse en profundidad. Con todo, las voces que alertan sobre una nueva Guerra Fría entre Estados Unidos y China empujan una agenda con preocupaciones que nuestra región debe responder a nivel de estrategias de política exterior y de seguridad, considerando nuestra posición geoestratégica para ambas potencias.

En consecuencia, el giro en la política exterior y el segundo momento de la imaginación geopolítica de China en 2008 se articula con la crisis económica global que supuso una oportunidad estratégica para el país a nivel doméstico e internacional, así como la publicación del primer Libro Blanco para América Latina y el Caribe —que propició las bases para el acercamiento a la región y su institucionalización en esquemas regionales como CELAC—, abriendo un nuevo escenario geopolítico para ambas partes. Otro factor significativo fue el llamado “superciclo de las materias primas, cuyo dinamismo tuvo un gran impacto en las relaciones políticas y las iniciativas bilaterales de cooperación, que también se extendieron a instituciones no estatales” (Ross, 2020: 170).

Los Libros Blancos para América Latina y el Caribe publicados en 2008 y 2016 enfatizan en la voluntad china de fortalecer la cooperación integral pragmática basada en el beneficio mutuo y el desarrollo común en un momento crucial para las relaciones entre China y América Latina, los intercambios de alto nivel, la profundización de la “multipolarización” y las potencialidades de la región que son convergentes con los intereses de China que resultan en su apoyo para tener un rol más relevante en los asuntos internacionales (China Daily, 2008; State Council of the People’s Republic of China, 2016).

Ambos documentos constituyen la “hoja de ruta” de las relaciones China-América Latina, siendo el primero el punto de partida de la complejización de las relaciones a nivel estratégico y dando cuenta, aunque de manera general, de los elementos clave del código geopolítico chino hacia las regiones en desarrollo. En 2016, se transitó desde la “invitación” a la región a dar un paso significativo en la profundización de los compromisos para acompañar a China en su camino hacia lograr sus metas estratégicas, haciendo frente juntos a los desafíos del mundo globalizado —cuya expresión posterior más evidente es la incorporación sistemática de los países latinoamericanos a la BRI[6]— al intercambio de experiencias sobre gobernanza en el contexto de la Agenda 2030 y remarcar el interés de China de expandir y fortalecer el multilateralismo, a través de diversas instituciones internacionales, lo que también es una respuesta a la estrategia de balance de poder de Estados Unidos desde la administración de Barack Obama (Murphy, 2022).

Con todo, tales estrategias a nivel político se retroalimentan con el debate académico en el pensamiento internacionalista latinoamericano, que propone tesis como el No Alineamiento Activo o NAA (Fortín et al., 2020 y 2021), haciendo eco de tradiciones de pensamiento desarrolladas en el contexto de la Guerra Fría. Esta tesis se enmarca el proceso paralelo del endurecimiento de la posición de Estados Unidos hacia China durante la administración de Donald Trump, de la mano con una conducta proteccionista y aislacionista, así como la mayor concentración del poder por parte de Xi Jinping[7] expresada en una política exterior más asertiva que “le dificulta al gobierno chino plegarse sin más a las crecientes demandas de Washington” (Fortín et al., 2020: 109).

A diferencia del Movimiento de Países no Alineados de la Guerra Fría, el NAA es para los autores una doctrina que abarca múltiples dimensiones de la política exterior, especialmente para los países en desarrollo, ante un potencial nuevo conflicto hegemónico que esta vez tiene su eje geoeconómico en Asia Pacífico y que se diferencia del periodo anterior al poseer cuatro elementos distintivos: (1) la amenaza hacia el principio del libre comercio como pilar del orden internacional liberal contemporáneo; (2) la globalización promovida por la revolución de las tecnologías de información y comunicación, y que se profundiza con la Cuarta Revolución Industrial; (3) multilateralismo; (4) la eventual Segunda Guerra Fría tendrá en su centro la competencia comercial y tecnológica, sin un enfrentamiento de dos modelos de sociedad contrapuestos (Fortín et al., 2021: 23-27).

Sin embargo, la búsqueda de caminos independientes y mayor grado de maniobra, al mismo tiempo que no se cruzan las “líneas rojas” de Estados Unidos y China, resulta un camino cuesta arriba para la región, especialmente en el estado actual de fragmentación, pérdida de protagonismo en los espacios de toma de decisiones a nivel multilateral y la falta de una voz convergente.

 

Conclusiones

La imaginación geopolítica china ha permitido crear una red de relaciones de poder dentro y fuera del PCCh, consolidar una estructura social a nivel doméstico y una forma de entender el espacio en el cual se sitúa. Empero, la tensión reside en si la concepción del mundo de China será comprendida y aceptada por los actores internacionales, particularmente los países vecinos y la potencia hegemónica global, Estados Unidos, como eje gravitante en la Cuenca del Pacífico.

Hasta el fin de la administración de Jiang Zemin, el código geopolítico se basó en los siguientes supuestos estratégicos para la orientación de la política exterior china: mantener un bajo perfil y no involucrarse en los mayores temas de la agenda internacional para garantizar la estabilidad y seguridad necesarias para la sobrevivencia del régimen y los avances de las reformas iniciadas por Deng Xiaoping, ideas que definirían la imaginación geopolítica del periodo. Durante la administración de Hu Jintao los intelectuales del Estado dieron un giro en la política exterior, explicitando que la imaginación geopolítica había cambiado, hacia una imagen de mundo en la cual China debía asumir las responsabilidades de una potencia regional, siguiendo tres objetivos centrales: integridad territorial, desarrollo económico y estatus internacional.

Respecto a los fundamentos de los intereses de la política exterior durante el periodo estudiado, estos son principalmente dos, a saber: (1) victimización y pasado glorioso chino, y (2) cuatro modernizaciones, donde la historia del país y su asociación a la territorialidad juega como fuerza gravitante en su conducta hacia sus vecinos y a nivel global. Asimismo, es posible establecer que a nivel de código geopolítico local —ya que China considera al Mar del Este y Mar del Sur como parte de la integridad del territorio chino—, la justificación histórica victimizadora es utilizada con mayor énfasis, dado que los líderes la utilizan a nivel doméstico para exaltar el nacionalismo y la legitimidad del PCCh, mientras que en el código regional más amplio y global, se apela más profundamente a la justificación histórica modernizadora.

Siendo la BRI el proyecto geopolítico clave para la política exterior china, se identifica que continúa siendo un concepto muy amplio y una arquitectura institucional aún modesta, donde destaca el Fondo de la Nueva Ruta de la Seda y el Banco Asiático de Inversión e Infraestructura (AIIB). Al no contar con un mapa oficial permite que su alcance no tenga límites y se pueda ampliar con el tiempo, conforme los códigos geopolíticos de China van mutando, a medida que refuerza la multipolaridad como eje del sistema internacional contemporáneo en contraposición a las tendencias unilaterales de Estados Unidos.

Ello demuestra la mantención del enfoque gradualista de la política exterior china, ajustando su interpretación de los principios y normas internacionales para mantener la estabilidad mientras inclina la balanza a su favor. Sin embargo, la proyección exterior de la geopolítica china es el punto de tensión más evidente desde el fin de la Guerra Fría, pues está promoviendo cambios y ajustes en las conductas de todos los actores internacionales, así como tensionar el equilibrio de poder en Asia, siendo dos ejemplos la entrada en vigencia de la RCEP, su interés por formar parte del CPTPP y diversas iniciativas comerciales y de seguridad a nivel bilateral y multilateral, como las negociaciones con los Estados insulares del Pacífico Sur.

Para los intelectuales del Estado, la Gran Estrategia China no puede fracasar, pues significa entrar a un nuevo periodo de humillación y vergüenza. El desafío mayor es dar un salto de la generalidad y vaguedad de sus ambiciosas propuestas geopolíticas de gobernanza global y cómo ejercer un liderazgo de tipo hegemónico (de conseguirlo), a construir una arquitectura con principios y reglas claras y atractivas para el resto de los países, y que le permitan no solo alcanzar sus objetivos sino consolidar un sistema internacional funcional y viable en el tiempo.

Para el caso de América Latina, esta se enmarca en el código geopolítico de las relaciones entre China y regiones en desarrollo a nivel más amplio, pero resulta difuso respecto a las especificidades estratégicas y el grado de profundidad y fortaleza que posee. Por su parte, desde la región se ha instalado el desafío de cómo pensar nuestra región y relacionarnos con el resto del mundo con la presencia de China en el horizonte de la toma de decisiones sobre nuestro rol y capacidad de maniobra como parte de un proyecto geopolítico global con características que aún muestra más sombras que luces.

 

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            Recibido: 08/11/2022              

Aceptado: 31/12/2022

  Publicado: 17/01/2023



[1] Universidad de Santiago de Chile, Santiago, Chile, ORCID 0000-0003-1293-1788, constanza.jorquera@usach.cl

[2] Los Cinco Principios de la Coexistencia Pacífica son: respeto mutuo por la integridad territorial y la soberanía, no agresión mutua, no interferencia en los asuntos internos, igualdad y beneficio mutuo, y coexistencia pacífica; y para el caso de la seguridad regional, China cuenta con tres objetivos, a saber: (1) la propia estabilidad y prosperidad de China; (2) paz y estabilidad en su entorno regional, y (3) conducir el diálogo y la cooperación con todos los países de la región de Asia Pacífico.

[3] Las citas fueron traducidas por la autora desde su idioma original en inglés.

[4] Caracterizando a los intelectuales del Estado o intellectuals of the statecraft, Ó Thuathail y Agnew refieren a: “Toda una comunidad de burócratas, líderes, expertos en política exterior y consultores del Estado a lo largo del mundo que comentan, influencian y conducen las actividades del quehacer estatal […]. En el siglo XX, esta comunidad se ha convertido en más extensiva e internamente especializada” (Ó Thuathail y Agnew, 1992: 193).

[5] En el Libro Blanco publicado en enero de 2021, titulado La cooperación internacional para el desarrollo de China en la Nueva Era, se rescata esta idea al plantear que “China busca un mundo ideal donde el Gran Camino gobierne por el bien común, respete los principios de buena vecindad y armonía en las relaciones con todos los demás países y abogue por la cooperación y la ayuda mutua. Profundamente arraigadas en la cultura china, estas son las creencias firmes que inspiran la cooperación para el desarrollo de China” (State Council of the People’s Republic of China, 2021).

[6] Con la incorporación de Argentina y Nicaragua como miembros oficiales a inicios de 2022, actualmente veinte países latinoamericanos pertenecen a la BRI —de un total de 147 para marzo de 2022—, siendo Chile, Ecuador, Perú, Uruguay y Argentina los únicos países en la región que son miembros tanto de la BRI como del AIIB. Destacamos el caso de Brasil que es el único país latinoamericano en ser miembro pleno del AIIB, pero no de la BRI.

[7] En 2018, Xi Jinping eliminó el límite de dos mandatos presidenciales, lo que le permitirá gobernar indefinidamente. Por lo tanto, en el 20° Congreso Nacional del PCCh celebrado en octubre de 2022, se anunció la renovación su mandato por un tercer periodo —inédito respecto a sus predecesores—, el que se producirá durante las sesiones legislativas anuales de marzo de 2023, y se declaró la plena incorporación de su pensamiento en la Constitución y en todas las esferas del accionar de China a nivel interno y externo.